La pandemia de COVID-19 dejó huellas profundas en la salud mental de los jóvenes, generando una crisis que aún se siente. Aislados, sin clases presenciales y enfrentando la incertidumbre, muchos experimentaron un fuerte aumento en la ansiedad y la depresión. El impacto no solo fue físico, sino también emocional y social.
La falta de interacción social y las dificultades académicas hicieron que muchos jóvenes se sintieran desbordados. La imposibilidad de conectar cara a cara con amigos y familiares provocó un aislamiento que afectó su bienestar emocional. Además, las clases virtuales trajeron consigo un reto extra: la falta de motivación y la sensación de desconexión.
Con el tiempo, los problemas de salud mental se agudizaron. El confinamiento y las restricciones llevaron a un aumento significativo en los casos de trastornos de ansiedad y depresión. Muchos jóvenes se sintieron atrapados, sin herramientas para manejar el estrés generado por el contexto pandémico.
Sin embargo, la pandemia también abrió una oportunidad para la reflexión y el cuidado de la salud mental. A pesar de los desafíos, los jóvenes comenzaron a reconocer la importancia de pedir ayuda y cuidar su bienestar emocional. En este proceso, la conciencia sobre la salud mental creció y las redes de apoyo se fortalecieron.




