El clima en Argentina durante 2025 estuvo fuertemente influenciado por un fenómeno de El Niño activo que generó un notable incremento en las precipitaciones en gran parte del país. Las lluvias trajeron alivio tras la histórica sequía de 2022-2023, pero también provocaron excesos hídricos en zonas productivas y urbanas, dejando al descubierto las debilidades estructurales en infraestructura y gestión del riesgo climático.
En regiones como el Litoral y el noreste bonaerense, las lluvias acumuladas entre marzo y junio superaron en un 40% los promedios históricos, según datos del Servicio Meteorológico Nacional (SMN). Este exceso de agua resultó beneficioso para el agro, pero generó anegamientos, demoras en las cosechas y afectaciones en rutas rurales. En ciudades como Santa Fe, Rosario y Resistencia se registraron eventos de lluvias torrenciales con inundaciones repentinas y evacuaciones.
En la zona cordillerana, las nevadas fueron más abundantes que en años anteriores, una buena noticia para las reservas hídricas de las provincias andinas. Mendoza y San Juan lograron niveles aceptables de nieve acumulada en alta montaña, mejorando las perspectivas de riego para los cultivos en primavera. Sin embargo, especialistas advierten que esto no revierte el déficit acumulado por el cambio climático, que ha reducido de forma sostenida la disponibilidad hídrica.
El invierno 2025, en tanto, se presentó con temperaturas superiores a la media en gran parte del país. Las ciudades de Buenos Aires, Córdoba y Tucumán tuvieron una anomalía térmica promedio de +1,2 °C en junio y julio, lo que fue atribuido a la combinación de El Niño con el calentamiento global. Este patrón también afectó los ciclos de siembra de trigo y forrajes en algunas zonas del centro del país.
Desde el gobierno, el Ministerio de Ambiente lanzó un programa nacional de monitoreo climático con estaciones automáticas en todas las provincias, y una inversión anunciada de $12.000 millones para obras de defensa hídrica en municipios vulnerables. Sin embargo, muchas de estas medidas están en etapa de planificación, y los especialistas insisten en la necesidad de articular políticas de adaptación al cambio climático más allá de las coyunturas.
La comunidad científica argentina continúa alertando sobre la creciente frecuencia de eventos climáticos extremos. Según un informe del CONICET y la UBA, en los últimos 30 años se duplicaron los días con lluvias intensas en la región pampeana, y se espera que esta tendencia continúe si no se reducen las emisiones globales. El informe también destaca la pérdida de áreas de humedales y bosques nativos como agravantes del impacto ambiental.
A nivel internacional, Argentina participó este año en la Cumbre Climática de Dubái (COP30), donde reiteró su compromiso de neutralidad de carbono para 2050, aunque sin nuevas metas intermedias. Las ONG ambientalistas cuestionaron la falta de una estrategia concreta de transición energética y denunciaron la expansión de áreas petroleras en el sur del país sin estudios de impacto actualizados.
En síntesis, el clima en 2025 trajo alivio a sectores productivos pero también expuso las consecuencias de la variabilidad extrema y la falta de infraestructura adaptativa. Con eventos cada vez más intensos y menos previsibles, el desafío argentino ya no es solo prevenir daños, sino planificar un modelo de desarrollo que conviva de manera inteligente y sostenible con su entorno natural.



