El escenario de la economía internacional en 2025 se caracteriza por un crecimiento más débil de lo previsto. El Fondo Monetario Internacional (FMI) proyecta una expansión global del 3,1%, marcada por la persistencia de tensiones geopolíticas, un comercio internacional menos dinámico y las secuelas de los altos niveles de inflación que afectaron a gran parte del mundo en los últimos dos años. Aunque algunos países muestran señales de recuperación, la incertidumbre sigue siendo un factor central en las decisiones de inversión y consumo.
Uno de los elementos más relevantes es la evolución del comercio mundial. La Organización Mundial del Comercio (OMC) estima que el intercambio de bienes crecerá apenas un 2,4% en 2025, por debajo del promedio histórico. Entre las causas se destacan la fragmentación de las cadenas de suministro, el aumento de medidas proteccionistas y las dificultades logísticas. Este freno impacta especialmente en las economías emergentes que dependen de sus exportaciones para sostener el crecimiento interno.
Estados Unidos y China continúan siendo los principales motores de la economía global, aunque con dinámicas distintas. La primera potencia enfrenta el desafío de controlar un déficit fiscal creciente, mientras mantiene el consumo interno como sostén de la actividad. En China, en cambio, el Gobierno busca reequilibrar su modelo económico con más protagonismo del mercado interno, en un contexto de menor dinamismo inmobiliario y una transición hacia industrias de alto valor agregado.
La Unión Europea atraviesa una situación compleja. Tras un 2024 marcado por la desaceleración industrial y la crisis energética, la región intenta recuperar competitividad mediante inversiones en transición verde y digitalización. Sin embargo, la dependencia energética y las tensiones políticas internas dificultan la consolidación de un crecimiento sostenido. Alemania y Francia, en particular, enfrentan presiones para reactivar sus sectores productivos sin incrementar los niveles de deuda.
Los países emergentes muestran un panorama heterogéneo. América Latina registra un crecimiento promedio cercano al 2%, impulsado por exportaciones agrícolas y energéticas, pero limitado por la inflación persistente y la volatilidad cambiaria. En África, en tanto, se observa un avance más significativo en países productores de minerales estratégicos como el litio y el cobalto, claves para la transición energética mundial. No obstante, la falta de infraestructura y la inestabilidad política continúan siendo obstáculos.
Otro factor determinante es la política monetaria. Tras un período prolongado de tasas de interés elevadas en las principales economías, algunos bancos centrales comienzan a flexibilizar su postura. La Reserva Federal de Estados Unidos y el Banco Central Europeo evalúan recortes moderados para estimular la inversión, aunque sin descuidar los riesgos inflacionarios. La coordinación internacional resulta crucial para evitar desbalances financieros en mercados más vulnerables.
En este contexto, la economía internacional en 2025 se encuentra en una etapa de transición. La clave estará en cómo los países logren adaptarse a un entorno más fragmentado, donde la cooperación multilateral se vuelve indispensable pero enfrenta crecientes desafíos. El rumbo de la globalización parece orientarse hacia bloques regionales más definidos, en los que la tecnología, la energía y la seguridad marcarán las prioridades económicas de los próximos años.



