El cambio climático es una realidad palpable en las ciudades. Olas de calor extremo, lluvias intensas, inundaciones y sequías afectan cada vez con más frecuencia a las zonas urbanas, donde vive la mayoría de la población mundial. Ante este panorama, se impone la necesidad de construir ciudades resilientes.
Una ciudad resiliente no es sólo aquella que resiste eventos extremos, sino también la que aprende, se adapta y protege a sus habitantes. Para lograrlo, se requieren infraestructuras verdes, sistemas de drenaje inteligentes, espacios públicos preparados para crisis climáticas y un enfoque de planificación urbana más integral.
Las soluciones están al alcance: más árboles para bajar la temperatura, techos reflectivos, transporte sostenible, recuperación de humedales y zonas ribereñas, y políticas de uso del suelo que no expulsen a los sectores más vulnerables. La planificación urbana debe anticiparse, no sólo reaccionar.
El aspecto social es clave. No todas las personas pueden adaptarse de la misma manera. Las comunidades en situación de pobreza suelen vivir en zonas de riesgo, con menos acceso a servicios y mayor exposición a daños. La resiliencia urbana debe incluir justicia climática y participación ciudadana.
Además, la transformación de las ciudades ante el cambio climático puede ser una oportunidad para mejorar la calidad de vida. Menos autos, más espacios verdes, mejor vivienda, trabajo local, energía limpia: todo esto no sólo protege el ambiente, también construye bienestar urbano.
Pensar las ciudades desde la resiliencia es una urgencia, pero también una esperanza. No se trata de resistir al cambio climático con más cemento, sino de convivir con la naturaleza, adaptarnos con inteligencia y cuidar lo común con una mirada de largo plazo.



